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16 nov 2015

Esto es una guerra. Y no es mi guerra.

Lo que ha sucedido en París este viernes no ha sido terrorismo. Empeñarse en hablar de terrorismo en el caso de los atentados yihadistas no deja de ser una forma de minusvalorar el problema. Ha sido una auténtica acción de guerra. No puede calificarse de otro modo una intervención de comando, instigada por un "estado" extranjero, cuyo resultado ha sido similar al que hubiera tenido un bombardeo. Estoy absolutamente en contra del terrorismo pues me parece guerra sucia. Estoy especialmente en contra del indiscriminado y por la misma razón también estoy en contra de los bombardeos *. Así que dejémonos de eufemismos. Esto es una guerra. Sucia, como no puede ser de otra forma cuando ya no hay caballeros.

Es una guerra entre los fanáticos de una religión falsa y unos gobernantes que dicen que la religión no importa. Estos despertaron a la bestia con la primera guerra de Irak, aquella de las famosas "armas de destrucción masiva" que nunca llegaron a aparecer, aquella que trató de evitar San Juan Pablo II, aquella a la que respondíamos los carlistas diciendo "Guerra no... aborto tampoco". Y lo han hecho muy mal desde entonces. Han desestabilizado una decena de países musulmanes posibilitando la llegada al poder de los islamistas radicales que se han impuesto a las masas moderadas. Han llenado Europa de mahometanos a conciencia, para que dejara de ser este continente un conglomerado de reinos cristianos, buscando un pluralismo que en teoría iba a facilitarles la manipulación de las masas desarraigadas pero que puede que se les haya ido de las manos. O no. Liberales radicales, llevan mucho tiempo diciéndonos que la religión no importa, que en el mejor de los casos la moral es un asunto para la conciencia individual, que las leyes son otra cosa. Nos piden demasiado a los creyentes. Nos piden que actuemos como si el motor de nuestra vida fuera el aditamento menos importante de todos. Y por eso al final se están encontrando sin moralidad y sin legalidad y enzarzados en una guerra absolutamente imprevisible.

Ahora, ante actos de guerra como la última batalla de París se levantan con ira para ejecutar su venganza contra los nuevos almohades del E.I. Pero esto no son Las Navas de Tolosa ni Lepanto. Los gobiernos de la OTAN no van a lanzar una cruzada en defensa de la fe cristiana sino de su nihilismo y su relativismo. Hasta es posible -ojo- que traten de manipular a la Iglesia desempolvando cruces y discursos pseudorreligiosos como acaban de hacer en la catedral de Notre-Dame, como hizo el tirano Stalin cuando necesitaba hablar de la Santa Rusia en sus arengas.

Si acaban con los yijadistas me alegraré pero seguiré en guardia, vigilante contra el Nuevo Orden Mundial y sus corifeos porque se que los ideólogos progres no odian a Mahoma -que está muerto- sino a Jesucristo -que vive-.


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* Por cierto, sobre los bombardeos... ¿Quién puede decir que sea peor arrojar una bomba con la mano que lanzar una bomba desde un avión? Cuando comenzaron los modernos bombardeos aéreos, en los inicios de la primera guerra mundial, hubo un debate ético que se cerró demasiado pronto, como si el acto de bombardear a toda la población enemiga fuera un peldaño inevitable en la evolución del arte de la guerra. Siempre he pensado que el aumento de la distancia física entre los contendientes no hace más civilizadas las guerras sino más inhumanas si cabe. Dar una cuchillada a un enemigo que te mira a los ojos es un acto deplorable pero infinitamente más humano que lanzar un misil por medio de un dron mientras se sorbe un café americano a 5.000 kilómetros de la explosión. Además, para trabajar con drones o en un bombardero sirve cualquier perfecto cobarde y se puede no creer en nada. Y a quienes argumentan que a pesar de los frecuentes "daños colaterales" los bombardeos del siglo XXI son más selectivos les diría que lo más selectivo del mundo es la carta bomba y que no por ello debe ser alabado este método.

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